Hace mucho tiempo comencé este blog para ir recolectando todos los textos que me dejaban algo, ya sea una enseñanza, un sentimiento real, una sonrisa o un buen recuerdo. ahora, 5 años después, vuelven a mi estos breves, austeros y escasos textos que, ahora lo se, tienen en mi tanta presencia como en aquel entonces.


Dalila aun existe
Aun me sorprenden las lagrimas
Aun me duelen esas palabras
Aun me asusta la nada

Mucho ha pasado desde entonces, me gusta decir cada que me preguntan que efectivamente he cambiado mucho, puesto que soy humano, y como tal no soy inmutable. Y no es del todo falso, pero también hay que admitir que hay cicatrices que no se borran y, como dicen los chavos de Papa Roach, estas cicatrices nos recuerdan que el pasado es real, y que algo de eso queda en nosotros inmutable.

hoy escribo para recordarme quien fui, quien soy.... y quien quiero ser.

Hola Marisol.

If love was red then she was colour blind

Amo a una mujer a la que no conozco, y tal vez a ello se deba que no puedo cesar de contemplarla cada vez que la ausencia del mundo me brinda el anestésico de la soledad. Sé que esa mujer existe, podria dibujar la fachada de la casa donde vive y pienso, porque asi aun lo quiero, que ocupo algun lugar en su memoria; pero a mi la memoria no me ha servido sino para frenar mis pasos, atar mis ojos al interior de los parpados y proyectar en ellos la pelicula mas obsesiva del mundo: DALILA.

Dalila es un nombre que no tiene cuerpo. Dalila es la palabra que a diario me visita pero jamas se queda a dormir. Dalila son 6 letras formadas por cuchillos. Dalila es el principio de la musica y el fin de la plegaria. Dalila es un nombre que un dia escribi en los muros de la casa de Dios; desde entonces acaricio su textura, tal como otros recorren con las manos, boca y ojos a sus mujeres. Dalila se pronuncia degollando la lengua, y luego acariciandola. Es el nombre que tuve que inventar para ocultar al otro: el inombrable, aquel que sepulté para no decirlo, ni pensarlo, ni escribirlo. Y si hoy abandono mi juramento y escribo ese nombre en el sobre donde hábrana de viajar moribundas de miedo estas palabras, lo hago con el solo proposito de que lleguen hasta usted, aunque con la secreta esperanza de que jamas lo logren. Quiero pedirle perdon por mi atrevimiento, por mi cobardia y por cada una de las debilidades que con seguridad me hacen indigno de habitar sus recuerdos. Pero antes de narrarle una historia que es más suya que mía, debo tambien pedir perdón por ella, por Dalila.

Dalila es usted.

Diablo Guardian
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Imitando a Tulio:

Fue la última vez que la ví, esos días de verano, cálido y soleado.

Ella, vestía de a frac su sonrisa, sus lacios cabellos de ondeaban con el lígero movimiento de su cuello, despedía un ligero aroma a gardenias mientras sus labios lo aderezaban con un sabroso labial de cereza. Sin embargo, sus ojos decían lo contrario a su apariencia, pestañeaba más rápido de lo normal, ambos sabíamos que eso no estaba bien...

Dos susurros ininteligibles dejó escapar su aliento, no presté atención, decidí acercarme más a su apetitosa boca, ella sólamente desvió la mirada y con un sollozo gritó 'Ya no más'.

Quedé perplejo, no supe reaccionar, sí sólamente hubiera preguntado que sucedía... sí sólamente hubiera detenido ese instante y aclararlo; ella se marchó limpiándose sus escurridizas lágrimas.

No se que pasó, fue un golpe certero que me dejó inmóvil.

Fuí a buscarla a su casa, pase, como de costumbre sin tocar y ahí estaba, sentada en la cama, esa cama que muchas veces nos tomó en sus brazos, volteó en un movimiento rápido al sentir mí presencia, la miré, me acerqué a ella y fue ahí dónde le devolví su golpe certero, directo a su corazón, como ella lo había hecho pagando con sangre la muerte cerebral que me provocó en aquellos instantes.

¿Cuántas puñaladas fueron?, no se, quizá 9 ó 10, no importa, el corazón destruido de un hombre, se paga con la sangre de la mujer.

TAVO........
Lagrima.........

Instantes mágicos. Acaba de nacer una lágrima en nuestro ojo. Se ha oído un minúsculo “plop” (el ruidito que hace una lágrima al aparecer en el mundo), y la retina se nos ha barnizado de un agua extraña. ...Mantengamos ahora los ojos abiertos, mientras la recién nacida va brotando, poco a poco, a la superficie de nuestro ojo. Ahí se quedará, si no lo cerramos.
Esa será su corta pero intensa vida: el tiempo (o, más bien, el no-tiempo: los instantes mágicos no se cuentan con fríos mecanismos de agujas de reloj..) que se mantenga sobre nuestra retina, como un extraño esmalte de ojos.
Comprobaremos, mientras duran esos instantes mágicos, que, sorprendentemente, este barniz, esta lagrimita que descanza, y vive, entre nuestros párpados, no es transparente: no vemos nada al otro lado de ella.
Pero que no veamos nada más allá de la lágrima no quiere decir que no veamos nada en absoluto, no: con un poco de concentración, y un poquito de magia, si nos abstraemos unos instantes, podemos llegar a ver la lágrima.
Ver una lágrima, ver nuestra propia lágrima… ver algo tan cerca que pierde el color… un no-color, algo tan turbio, tan impreciso, tan inquietantemente borroso, pero de alguna manera tan revelador de algo que no sabemos qué es, tan bonito, que nos provoca un desasosiego en el estómago, un hormigueo aquí, muy adentro; tan pequeño que estremece, tan intenso que descoloca…¡ver una lágrima!
Probablemente nuestro párpado superior, cansado, agotado, conmocionado por tan intensa extraña belleza, aturdido por estos instantes mágicos en los que una lágrima nos ha desenfocado el mundo, pintándonoslo del color del desenfoque…en los que una lágrima ha velado el tiempo, suspendiéndonos en un lapso tan minúsculo que…que no ha durado… probablemente nuestro párpado, inevitablemente, y sin querer, se cierre.
Y entonces la lágrima, empujada por el párpado exhausto, que se va cerrando como una cortina por el peso de su extenuación, dejará de ser lágrima, precipitándose, convertida en gota, por nuestra mejilla.
Y nuestros ojos volverán a ver el mundo de siempre, y el tiempo volverá a correr en agujas de reloj, mientras la gota, cadáver de una lágrima, resto de un instante mágico, se diluye, aún calida, en nuestra piel, y desaparece.

Nada más que horror, espacio puro y vacío. Eso es la caverna de Tribenciano. Un hueco de piedra en las entrañas de la tierra. Una cavidad larga y redondeada como un huevo. Doscientos metros de largo, ochenta de anchura. Cúpula por todas partes, de piedra jaspeada y lisa.

Se baja a la caverna por setenta escalones, prácticamente en tramos desiguales, a través de una grieta natural que se abre como un simple boquete a ras de suelo. ¿Se baja a qué? Se bajaba a morir. En todo el piso de la caverna hay huesos, y mucho polvo de huesos. No se sabe si las gentes bajaban por iniciativa propia, o eran enviadas allí por mandato especial. ¿De quién?

Algunos investigadores piensan que la caverna no entraña un misterio cruento. Dicen que se trata de un antiguo cementerio, tal vez etrusco, tal vez ligur. Pero nadie puede permanecer en ella por más de cinco minutos, a riesgo de perder la cabeza. Los hombres de ciencia quieren explicar el desmayo que sufren los que en ella se aventuran, diciendo que a la caverna afloran subterráneas emanaciones de gas. Pero nadie sabe de qué gas se trata ni por dónde sale. Tal vez lo que allí ataca al hombre es el horror al espacio puro, la nada en su cóncava mudez.

No se sabe más acerca de la caverna de Tribenciano. Miles de metros cúbicos de nada, en su redondo autoclave. La nada en cáscara de piedra. Piedra jaspeada y lisa. Con polvo de muerte.

Juan José Arreola, La caverna


FUEGO DE POBRES

Nadie sale. Parece

que cuando llueve en México, lo único

posible es encerrarse

desajustadamente en guerra mínima,

a pensar los ochenta minutos de la hora

en que es hora de lágrimas.

En que es el tiempo de ponerse,

encenizado de colillas fúnebres,

a velar con cerillos

algún recuerdo ya cadáver;

tiempo de aclimatarse al ejercicio

de perder las mañanas

por no saber qué hacerse por las tardes.

Y tampoco es el caso de olvidarse

de que la vida está, de que los perros

como gente se anublan en las calles,

y cornudos cabestros

llevan a su merced tan buenos toros.

No es cosa de olvidarse

de la muela incendiada, o del diamante

engarzado al talón por el camino,

o del aburrimiento.

A la verdad, parece.

Pero sin olvidar, pero acordándose,

pero con lluvia y todo, tan humanas

son las cosas de afuera, tan de filo,

que quisiera que alguna me llamara

sólo por darme el regocijo

de contestar que estoy aquí,

o gritar el quién vive

nada más por ver si me responden.

Pienso: si tú me contestaras:

Si pudiera hablar en calma con mi viuda.

Si algo valiera lo que estoy pensando.

Llueve en México; llueve

como para salir a enchubascarse

y a descubrir, como un borracho auténtico,

el secreto más íntimo y humilde

de la fraternidad; poder decirte

hermano mío si te encuentro.

Porque tú eres mi hermano. Yo te quiero.

Acaso sea punto de lenguaje;

de ponerse de acuerdo con el tipo

de cambio de las voces,

y en la señal para soltar la marcha.

Y repetir ardiendo hasta el descanso

que no es para llorar, que no es decente.

Y porque a la verdad, no es para tanto.

Fuego de Pobres, 1961